Confrontación y reconciliación, un paseo por el centro de Buenos Aires

Esta crónica forma parte de una serie de impresiones recogidas durante numerosos paseos por la capital argentina. Todas ellas están disponibles en tres idiomas (EN,ES,FR) y forman parte del proyecto MIBA desarrollado en Senses Atlas.

El primer lugar en el que me quedé al llegar a Buenos Aires fue el centro, o más exactamente el Microcentro, en la calle Florida. Fui recibido en pleno invierno por miles de ofertas para cambiar dinero “cambio, cambio”, por el olor a grasa que salía de las rejillas de ventilación de las cadenas de comidas rápidas que se pueden encontrar en los 4 rincones del planeta, fui aturdido por la música ensordecedora de los comercios y las innumerables ofertas para comprar todo tipo de cosas (fundas de teléfono, golosinas, prendas varias, etc). Ese fue mi primer contacto con la ciudad porteña, un ajetreo incesante y agresivo orquestado en torno a una relación construida en varios niveles alrededor del dinero.

 

La calle Florida tiene el mérito de ser una de las pocas peatonales de la ciudad, pero muy pronto una sensación de claustrofobia te empuja a salir de este cuello de botella.
Gires en la dirección que gires, te encuentras con edificios aplastantes y avenidas destrozadas por un tráfico incesante. Es otra sensación de vértigo, en la que es difícil frenar y mirar hacia arriba sin ser zarandeado. El único respiro ante tanta densidad es la Plaza de Mayo, al sur. Hay algo tranquilizador en la masa de turistas agrupados, pero el deseo de comprender una ciudad rara vez se dispara al entrar en contacto con los lugares más turísticos. La Avenida de Mayo, al final de la cual se encuentra el Congreso, unas quince cuadras más allá, ofrece una mirada hacia el este. Pero a los recién llegados les atrae más la Diagonal Norte, presidida por el Obelisco.
Seguir este punto focal como la aguja de una brújula es, de hecho, un error, ya que se convierte en nuestra salida del caos urbano, la vista al llegar resulta desalentadora. Al entrar en contacto con la Avenida 9 de Julio, impresiona más su anchura (¡140 metros!) que los 67 metros de altura del obelisco. Los edificios se extienden a ambos lados, como dos muros despiadados por los que fluye un torrente de vehículos. Es imposible cruzar la avenida de un tirón; te meten de nuevo en Frogger, con la banda sonora de los frenos de los autobuses, como un jadeo cansado ante el frenesí del lugar. El Obelisco parece bastante solitario, como una estaca olvidada que marca un territorio que ya no le pertenece. De hecho, envidié su capacidad para permanecer inmóvil en medio de todo. En el centro de Buenos Aires, la quietud es un lujo, el movimiento es obligatorio.

Ante esta congestión, el recién llegado que yo era se excluía a sí mismo. Escapar del centro era la solución para darme tiempo a adaptarme; rara vez volvía, a menudo por obligación, lo que no ayudaba a nuestra relación. La fuerza gravitatoria del centralismo porteño genera una atracción magnética de la que es difícil desprenderse. La mayoría de las líneas de subte convergen en el centro de la ciudad, e incluso con mucha mala voluntad es imposible ignorar este agujero negro urbano. No lo entendía, no estaba en sintonía con él. Tampoco entendía a los turistas que enviaban allí, no estaba de acuerdo con las guías y su itinerario turístico pactado, y durante mucho tiempo permanecí sordo a los argumentos de mis amigos que viven allí.
La crisis del covid, que cerró muchos comercios, también dejó su huella, con calles enteras casi abandonadas, persianas bajadas, y una forma de marginalidad que intenta encontrar un lugar donde existir. Se convertió en el rostro de la crisis que atraviesa el país, una ilustración del abandono y la miseria, situada a tiro de piedra de quienes acaparan la riqueza.

Plaza Lavalle
Plaza Lavalle

Con el tiempo aprendí a reconciliarme con el centro volviendo gradualmente a él. Progresé como un caracol, de fuera hacia dentro, siguiendo una espiral imaginaria. A medida que avanzaba, desarrollé mis vínculos con la ciudad, empezando no muy lejos, al oeste, en la Avenida 9 de Julio, con las librerías de la Avenida Corrientes, y las porciones de pizzas que comía en 3 minutos en Güerrín antes de ir al Lugones a ver una película. Al final, es un enfoque muy comercial y cultural, que se vuelve aún más pronunciado cuando uno sale del metro por la noche y las luces de neón que cuelgan de las fachadas de los teatros y restaurantes nos transportan a Nueva York. Luego está la Plaza Lavalle, con su skyline híbrido neomoderno entre el Teatro Colón, el Edificio de Renta en la esquina de Libertad y Avenida Córdoba, el pórtico de la Escuela Roca dominado por el injerto de hormigón del ILSE y, por supuesto, la quimera entre vidrio y art nouveau que es el mirador Massue. 

Mirador Massue
Mirador Massue

Más al sur está el Congreso, y su plaza, que en días de manifestación hace soñar con la peatonalización total, o la insolencia del Palacio Barolo a dos cuadras.
El ala izquierda de 9 de Julio se fue convirtiendo poco a poco en parte de mi vida, mientras que el ala derecha se me resistió un poco más. Por supuesto, al sur está San Telmo, cuya autenticidad lucha cada día contra su mercantilización. Al este, en cambio, nunca me atraerá la artificialidad sin alma de Puerto Madero, que entierra el mito de la reconexión de la ciudad con el río.

Y un día, un viernes a la mañana, cuando la ciudad está menos concurrida que de costumbre, sin previo aviso, todo se ilumina. Pasada la 9 de Julio, subimos por Diagonal Norte, llegamos a la intersección con Suipacha y Sarmiento, y la respuesta estaba frente a nosotros. 6 edificios se destacaban, casi todos libres de la tipología rectangular esculpida por el trazado hipodámico de la ciudad. Son triangulares, cincelados por la Diagonal Norte, que abre las manzanas que atraviesan el centro. El Edificio Antonio Pini (Diagonal Norte 875), construido en 1933 por Alejandro Varangot, presenta dos imponentes aves rapaces que sostienen un balcón cubierto por un friso esculpido en cuyo centro se alza orgullosa la cabeza del diseñador.
A diez metros de esta fachada, el edificio del hotel nh latino (Suipacha 309), un proyecto de los últimos años, presenta un edificio de esquinas redondeadas cubierto de sencillas franjas de aluminio y vidrio. Diez metros más allá, el Edificio Strajman (Diagonal Norte 917), construido por Alejandro Enquin en 1928, presenta un estilo neoplateresco español radicalmente diferente, con su fachada cubierta de múltiples detalles esculpidos. Éstos se reflejan en la fachada de cristal del nh.

Sarmiento y Suipacha

Estos tres edificios se enfrentan casi frontalmente, pero coexisten, y es acá donde aparece por fin la clave. Hasta entonces, había visto el centro como un lugar de conflicto, pero resulta que es el lugar de la confrontación. La Diagonal Norte (como la Diagonal Sur unos cientos de metros al sur) es ya una confrontación formal con el plan hipodámico de la ciudad. El eclecticismo de la arquitectura no debe considerarse mirando cada edificio por separado, sino en su conjunto. De hecho, siguiendo el ejemplo de la Diagonal Norte, estos edificios, todos con estilos arquitectónicos diferentes, siguen todos la misma plantilla, lo que permite trazar la avenida en la ciudad.

El contraste que surge, la confrontación de estilos y años, es la base de la heterogénea construcción del centro. Más adelante en la Diagonal Norte se encuentra la calle Florida, mi puerta de entrada a la ciudad, y toma forma una especie de círculo de transmutación, un pentagrama formado por 5 edificios enfrentados. El Edificio Bencich (1927), con sus dos cúpulas y su arquitectura ecléctica, el neoplateresco del Banco de Boston (1924); al otro lado de la calle, el Edificio Equitativa de la Plata (1929), orgullosamente Art Déco, el Edificio Florida 40 (1989), un banco postmodernista de Mario Botta y Haig Uluhogian, y por último el Edificio Miguel Bencich (1927), primo del primero. Por supuesto, hay que tener tiempo, o incluso espacio, para mirar hacia arriba. A menudo, el flujo incesante de coches, autobuses y personas nos obliga a avanzar, dándonos la impresión de ver pasar un paisaje demasiado deprisa por la ventanilla del tren. Pero al final, esta contradicción es también una confrontación, una confrontación entre el trabajador y el turista, entre el transeúnte y el habitante. Una visión colectiva que lucha contra el relato individualista, el relato del conflicto.

Sarmiento y Diagonal Norte
Sarmiento y Diagonal Norte

Más tarde descubrí que en el corazón del Microcentro, donde se encuentra la calle Florida, hay una zona conocida como La City, el subbarrio donde se concentran casi todos los bancos del país.

La impresión de omnipresencia de la relación con el dinero que pude percibir entonces se confirma incluso en el patrimonio construido. El Banco de Londres (1966), monumental edificio brutalista de Clorindo Testa y sus colegas, resulta casi irónico en este contexto. Una cáscara de hormigón, incómodamente encajada en la densidad urbana del centro, un síndrome de la naturaleza introvertida del lugar. El dinero como valor individual, el trabajo por supuesto como fuerza colectiva.

Por supuesto, mi visión de la calle Florida y sus alrededores maduró, pero sigo sintiendo la irritación que puede evocar un edificio cuya fachada está desfigurada por una pantalla publicitaria que promociona un servicio de entrega rápida, o la melancolía ante una calle abandonada, vaciada de su actividad, verdadera paradoja frente a un centro cada vez más congestionado. También encuentro serenidad al imaginar las forzadas transformaciones que sufrió el barrio, y los diversos testigos que aún existen, intactos ante la prueba del tiempo: el Edificio SAFICO y su impasible racionalismo retranqueado de la Avenida Corrientes lo mantiene.

Edificio SAFICO
Edificio SAFICO

Al final, mi reconciliación con el Microcentro pasó por la aceptación, la aceptación de mi propia confrontación con el barrio, con sus edificios enfrentados y superpuestos, con sus contradicciones. Es difícil cuando llegas a una ciudad en la que te gustaría encajar, no saber cómo encontrar tu lugar. Pero quizá la mejor manera de conseguirlo sea aceptar enfrentarse a ella, y conseguir por fin ver el mundo, estar en el centro del mundo y permanecer oculto al mundo.

MIBA

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